Cómo salir de la zona de confort

En esta pandemia, estamos viviendo momentos tensos que nos sacan de la normalidad que veníamos viviendo y nos hacen salir de la zona de confort. Ahora, cada quien debe afrontar diferentes dificultades, o bien de salud porque ha sufrido el virus y, aunque no ha fallecido, tiene secuelas con las que tiene que vivir; o bien de luto porque ha perdido a algún familiar; o bien económicas porque se ve impedido para trabajar y ello conlleva la cola del hambre o un posible desahucio.

En cualquier caso, la vida nos ha enseñado la vulnerabilidad de nuestra realidad.

Esta situación de crisis puede desestabilizar nuestras emociones. No pocos pensamientos pasan por nuestra mente en momentos de desesperación. Si el confinamiento fue duro, esta situación un año después puede ser mucho más compleja.

Entonces, ¿qué podemos hacer para salir de la zona de confort?

Antes que nada, decir que tenemos que adaptarnos y vivir con lo que hoy en día tenemos. Parece que puede sonar muy fácil, pero no lo es. Salir de nuestra zona de confort es siempre difícil, sin embargo, no imposible.

El segundo aspecto, y el que hoy vamos a profundizar, es establecer las bases sobre lo que nos compete y lo que no nos compete. El motivo de este trabajo es para obtener serenidad mental, es decir, ya se puede caer el mundo a nuestro alrededor, que, si nosotros nos encontramos mental y emocionalmente serenos, lo viviremos en paz. Para nosotros es fundamental iniciar esta andadura por este objetivo. Después, ya podrás ver el mundo de otra forma, desde otra perspectiva y podrás tomar diferentes decisiones. Pero si no calmas tu mente, el estrés hará que las decisiones que tomes sean abruptas, precipitadas y, por ende, erróneas, acarreándote aún más problemas.

Supongamos por ejemplo que no tienes dinero y tienes una deuda. Si te invade el estrés y la preocupación continuamente, puedes tomar decisiones que no están a la altura de las circunstancias, como, por ejemplo, pedir otro préstamo para pagar algo de la deuda y volverte a endeudar de nuevo, o bien robar para poder hacerla frente. En definitiva, intentarás poner diferentes parches, pero no conseguirás nada más que desgastarte.

En una serenidad mental, puedes observar la situación desde la distancia y dilucidar la cantidad de deuda que tienes y saber si puedes afrontarla o no. Si no es así, entonces, o bien puedes intentar negociar con el acreedor o bien dejarla estar. No significa que no la vayas a afrontar más adelante, simplemente que ahora no estás en condiciones, y por lo tanto debes dejarla en pausa mental para que en otro momento de ganancia puedas afrontarla, con los intereses por el tiempo transcurrido.

Seguramente consideres que lo que estás leyendo es una barbaridad, pero ten presente que lo fundamental de todo es tu bienestar mental y emocional. Estás fuera de tu zona de confort y debes establecer qué es lo que te compete y qué no. Y en estos momentos (y en todos los momentos de tu vida) lo único que te compete es tu emoción y tu juicio de valor.

Ejercicios para la serenidad mental

Para. Deja de hacer lo que estés haciendo y siente, nunca pienses, ¿cómo estás? ¿Qué emoción te invade? Siente esa emoción, pero nunca le pongas un nombre. Sólo siéntela, quizás aumente durante un rato pero después verás cómo va disminuyendo.

Ahora que estás en calma, imagina por un momento que no estás viviendo en esta sociedad, sino que vives en el Neanderthal. No existe el dinero, ni la tv, ni el móvil, sólo existe la naturaleza. Imagina que estás sentado en una piedra observando el horizonte. Te invade una sensación de bienestar. Manteniendo esa sensación, sal a la terraza y observa tu horizonte. La vida es la misma, ¿te das cuenta? Sigues estando en el mismo mundo, con el mismo sol, los pájaros cantan, el viento acaricia tu cara, el tiempo ha pasado pero no el mundo, es el mismo.

Observa la naturaleza, las palomas o los perros no están preocupados por la hipoteca, ni por la comida, para ellos, el estado de bienestar es la naturaleza. Y en cierta forma es así, vivimos en un mundo donde todo está dado, si necesitas una manzana el árbol te la ofrece sin más. No te pone precio a nada. Sólo tienes que contemplar el mundo, comer cuando tienes hambre y dormir cuando tengas sueño. En este estado de alarma es lo mismo, la comida y el cobijo están asegurados. Quizás no tanto como venías comiendo, pero seguro que lo suficiente, si no estarías muerto.

No juzgues

Ahora que ya sabes cómo calmar tu mente (con mi curso en 21 días lo lograrás), tienes que fijarte en el segundo aspecto que depende de ti, el juicio de valor. ¿Quién establece lo que está mal de lo que está bien? La sociedad, bueno, esta sociedad. Cada una tiene unos valores, como nos lo ha demostrado la historia.

En la vida no puedes juzgar ninguna situación que te suceda porque no sabes qué consecuencias tendrá, recuerda que con el estiércol se abonan los mejores frutos. Pongamos un ejemplo:

Llega un caballo salvaje al corral de un hombre. Pasa una vecina y le dice, ¡qué suerte! Él contesta: “Ah, ¿sí?”. Después, el hijo se rompe la pierna y queda cojo al montar al caballo. La vecina le dice, ¡qué mala suerte! El hombre contesta: “Ah, ¿sí?”. Vienen a reclutar jóvenes para la guerra y el hijo no va por estar cojo. La vecina le dice, ¡qué buena suerte! Él contesta: “Ah, ¿sí?”

En definitiva, debemos vivir las situaciones que nos suceden con distancia, viendo los pros y contras porque no sabes qué vendrá después.

“Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia.”

Para poder sobrevivir fuera de esta zona de confort, te recomiendo esta cita.

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